lunes, 5 de diciembre de 2011

Viaje a nuestra ciudad

Otra aportacion de nuestros queridos visitantes: Guille!


Después de casi diez horas de viaje y un taxi, un autobús, un tren y un avión llegamos a Praga. Y allí estabais vosotras con un cartel de bienvenida y vuestras alegres sonrisas ofreciéndonos vuestra hospitalidad y un buen bocata de jamón y queso.

Mi primera hora en Praga fue caótica. La suave fragancia a bebe (de una famosa colonia de la cual no diré el nombre por no hacer publicidad gratuita) impregno toda mi ropa de su suave esencia. Siempre recordaré que si hay que llevaros alcohol, mucho mejor llevar ron que colonia. Por si esto fuera poco, la prisa de un simpático conductor de autobús hizo que fuese ciego el resto del viaje sin aún haber probado gota de alcohol. Por suerte, encontré el cristal que se cayó antes de que alguien la chafara. A partir de ahí todo fue perfecto.


La primera vez que entramos en la residencia lo hicimos con cautela y disimulo para que no se dieran cuentan que había dos nuevos residentes en Hostivar. Después de cuatro días allí puedo decir que en la recepción no se enterarían de una explosión nuclear en la puerta de la residencia. El ascensor daba un poco de miedo y solía quedarse enganchado entre dos plantas. Vuestra habitación está muy bien, toda lleva de códigos de barras y sirve para estudiar, desayunar, cenar, preparar la comida… ¡Una habitación multiusos! Eso sí, si un día sois más de lo normal, en un momento montáis una mesa con un tablón y un cenicero, ¡Qué barbaridad!

Me sorprendieron mucho los horarios de comida allí. Algún día desayunamos mientras estaba oscureciendo, nunca comimos más pronto de las 15.30 y casi siempre cenamos rondando la media noche. Probamos comidas típicas de allí: perritos calientes, pizzas, hamburguesas, macarrones… Lo típico. Me gustó mucho la cerveza, que nunca faltaba en la habitación. Visitamos un lugar donde los trenes iban llenos de rica cerveza negra, probé el mojito checo, batidos de gran tamaño…

Vivíamos con miedo a perderos de vista y no saber regresar a casa. Por eso grabamos en nuestra memoria los números 22 y 26. En el trasporte público pasamos muchas horas. Sufrimos la amabilidad de una cajera que se negaba a darnos cambio para comprar los billetes, vimos tullidos, cojos, niñas que se burlaban en la cara de la gente, revisores, policías y más cojos. Sobre todo cojos. Estuvimos tanto tiempo en el tranvía que nos dio tiempo a dormir e incluso a firmar algún tratado de paz.

También tuvimos tiempo de visitar Praga: el Castillo, el Puente de Carlos, el barrio judío, la Catedral de San Vito, vimos el show del reloj astronómico , vimos como la navidad iluminaba la Plaza de la Ciudad Vieja, nos enseñasteis los grafitis más curiosos, el puente donde las parejas atrapaban su amor con un candado. Subimos a lo más alto de Praga, donde las vistas de la ciudad daban vértigo; bajamos a lo más profundo del metro, donde unas escaleras se pararon de golpe dificultando nuestro avance. Buscamos la foto perfecta y fue un japonés quien nos la hizo. Calculó la velocidad del aire, la intensidad de la luz, buscó el ángulo perfecto y nos inmortalizó con Praga a nuestra espalda.

Las noches fueron mágicas. Nos dimos cuenta que la mejor forma para dormir iba a ser viendo Isi Disi. Cantamos Hakuna Matata en varios idiomas. Nos convertimos en partes del cuerpo, mares, dinosaurios, posturas sexuales, personajes de Doraemon, los Beatles, comidas (aunque a uno que yo me sé no le hacía mucha gracia) los pecados capitales y hasta nos cambiamos los papeles entre nosotros. Nos contasteis curiosas historias entre X, Y y Z. Contestamos a
extrañas preguntas con sorprendentes respuestas. Viajamos en tranvías donde nunca llegaba la parada en la que había que vaciar la vejiga. Fuimos a una iglesia donde el vicio y el pecado era el padre nuestro de cada día. Y sobre todo, antes de cerrar los ojos, las risas eran eternas e impedían que el sueño nos venciera.

Tanto esquivamos a la triste y temida despedida que apuramos a la última llamada de nuestro vuelo de vuelta a casa para ir a la puerta de embarque. Cerca estuvimos de perderlo.

Gracias a las tres por estos cuatro días en Praga. Fueron estupendos. Y si alguna vez vuelvo a Praga no será lo mismo porque, para mí, Praga sin vosotras pierde parte de su encanto.

Guille


GRACIAS QUERIDO DOCUMENTALISTA

Yas
Carmen
Sami

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